Aviones de Papel

No te engaño cuando te digo que llevo más de media hora mirando como parpadea el cursor en la pantalla. Qué mal se me da empezar y terminar textos. Bueno, miento, siempre pienso que voy a ser tremendamente elocuente, tremendamente original, completamente diferente a los demás. Eso es probablemente porque me falta leer más. Porque cuando me siento ante una pantallita en blanco me siento capaz de hacer entender lo que pienso, pero la mitad de las veces el intento es frustrado.

Sin embargo en esta ocasión, en la que pretendo extenderme, en la que pretendo no quedarme con las ganas de imaginar lo que pasa por esa cabeza tuya, me siento completamente perdido. Tan extrañamente decaído, y tan firmemente descolocado, que apenas entiendo como soy capaz en estos momentos de intentar averiguar qué es todo aquello que ha surgido de la noche a la mañana.
Ni sé empezar un texto, ni sé empezar a enumerar las cosas que quiero contar. No sé si tengo que mencionar una mirada tuya, un gesto, una de estas tonterías que tantas veces nos hemos repetido. Un mal acto. Una mala palabra. ¿Un mal pensar?

Fíjate si he cometido errores… llegó un momento en el que pensé que los mismos pasaron a un segundo plano en el que no iban a existir. En el que conque me observases fíjamente a los ojos iban a hacer que desapareciesen, y que no contasen. Dios, Dios, Dios, ¿puede haber sido ese mi mayor error? ¿El no darme cuenta de que no estaba haciendo las cosas bien? Intento creer que no.

Se me pasan tantas veces tus palabras por mi mente… No puedo parar de pensar en ese silencioso sufrimiento tuyo. Ni a día de hoy soy capaz de ponerme en tu piel. Solo puedo alcanzar a adivinar, si ese verbo atisba un mínimo de precisión. No he conocido una persona más sencilla que tú; más fácil de tratar. Y a su vez más compleja, más lejana. Más fría, y más cercana. Has trastocado mi universo.
Ese mismo universo es sencillo. He limitado gran parte de mi vida a ser el único y grandioso protagonista de esta historia que tiene por título mi vida. He dedicado grandes esfuerzos en retorcer y extinguir toda oportunidad de hacer que mi día a día dependiese de personas de las que estaba convencido, no valían la pena. No eran dignas de compartir mi limitado tiempo en este mundo. Y de repente, apareciste tú.

¡La de veces que te he negado! Me he reído de ti. Me he reído de mí. Me he reído de esa insistencia que flotaba en el aire. Revoloteaba por mi nuca, y me soplaba, me susurraba. Me comentaba que era feliz. Yo me mofaba de ella. Una vida autosuficiente donde el cariño no formaba parte, es una vida donde no tenía cabida la ilusión. Y así, día tras día, me engañaba, negándote como en un cuento bíblico.
Fue demasiado tarde, o demasiado pronto, según se mire, cuando hice ademán de dejar atrás esos pensamientos tan (ahora noto) necios. Estoy seguro de que el día de mañana, o probablemente en el siguiente punto y a parte, me arrepentiré de estas palabras. Aprovechando que aún no ha sucedido, junto las dos palmas de mis manos, apunto al cielo, y espiritualmente de rodillas, afirmo que me arrepiento de muchas cosas en mi vida, pero aún con todo, cada segundo en el que te contaba lo que sentía de repente, y sin notarlo, de sopetón… en ese momento estaba siendo de mis momentos más sinceros de los mil millones de veces en las que tuve la oportunidad de mentir o decir la verdad. Y a buena fe que esos momentos han sido escasos.

El querer es algo tan abstracto… Se dice en situaciones banales. Cuando cuelgas a alguien por teléfono. Cuando es Navidad y te llama tu familia; cuando un amigo escucha el peor episodio de tu vida, y sientes que estás en deuda con él… Me he asegurado de aprender lo que es el querer contigo. Seis letras que marcan la diferencia entre una vida vacía, y una vida plena: una vida en la que, mil desgracias después, sabes que alguien va a hacer oídos sordos de esos malos asuntos que te rodean.
Ahora mismo me siento vacío. Mi vida es una patraña. Cada mañana me levanto pensando en que yo, he amado. Cada mañana me incorporo a oscuras en mi cama y me pregunto: «¿Por qué?» «¿Acaso vivíamos mundos diferentes?» «¿Tal vez fue todo una mentira?» No. Eso no puede ser.
¿Tan diferentes eran esos mundos? Me he dado cuenta de esos fallos en los que caí. No supe valorar lo que tenía. Tampoco estoy seguro de que el no valorar un tesoro fuese motivo para que el tesoro se volviese a enterrar donde la X no marca el lugar.

Te extraño. He sido capaz de negarte todo el tiempo. Y sigo siéndolo. No quiero negarte, no quiero hacerlo, pero el dejar que existas me duele. Compromete mi sanidad mental, la cual eres bien consciente de que es un hilo en un huracán. En el lugar más recóndito de mi corazón me convenzo a mi mismo de que te adoro. Exijo al fuerte Diego que ignore esas dudas, esas convicciones, y tire, una vez más, el muro de Berlín que tiene por máscara al exterior. Que regale hueco para una esperanza tan esperanzadora, y a su vez tan descorazonadora, y que luche por ser amado.

Trístemente, la vida pasa. Se desvanece mientras dejamos de ser testigos de estas cosas tan absurdamente emotivas y a la vez mundanas que nos recorren de vez en cuando la quijotera.
Tengo tantas cosas que preguntarte… Tengo tantas preguntas… Quería preguntártelas todas. Luego me percaté de que sería guisar el guiso ya guisado; y esa no era la manera de pasar la página. Decidí simplemente echar a volar un avión de papel por la ventanilla de un coche, con todas las minucias que escupían mis ojos y mis dedos escritas en él.