Independiente de la ley

Diario de a bordo, fecha estelar 8 de diciembre de 2013

Me llamo D y soy un estudiante de telemática, lo que antaño siempre fue una especialidad de teleco. Aunque muchos anuncian aquello de: “no sé derivar, soy de letras”… Lo cierto es que, al contrario, muchos de nosotros (los que sí sabemos derivar, sumar, restar, integrar… y sobretodo, sufrir); no adoptamos el eslogan aquel de: “Soy de números, soy analfabeto”. Dicho esto quiero dejar claro que me considero una persona sumamente cabal, sumamente decente en lo que a cultura se refiere, y con un consiguiente obligatorio sentido común. ¿Por qué digo esto? Por sentar las bases de lo que viene a continuación, y dar por hecho que no soy ningún gañán borracho.

Y lo reitero muy conscientemente un sábado casi a las seis de la mañana. Con una indignación impaciente propia de una persona vapuleada, humillada y frustrada.

Hace tres cuartos de hora que fijé rumbo a mi choza, justo antes de encender este aparato. Prácticamente quince minutos antes terminaba una pedazo de discusión. Otros sesenta minutos antes comenzaba esta misma.

¿Pero qué discusión?

Mejor dicho, ¿Qué circo?

Saco el armatoste de muchas pelas con “tres-gé” del bolsillo, sólo para mirar la hora. Eso del reloj de pulsera está pasado de moda. Las 04:00 aprox. Mi amigo **J.C.A.A** y yo llevamos un rato dando vueltas por una discoteca que no tengo ningún problema en citar: INDEPENDANCE, situada en la calle _Doctor Cortezo, 1, 28012 Madrid_, según la red de redes.

Lo suelen frecuentar de forma más que típica toda clase de fauna, mayoritariamente gente con pitillos y camisas de cuadros, o eso dice la guía _Repsol_. Como mis reyes se adelantaron y mi santa progenitora me regaló tres o cuatro de estas camisas de _Primark_ (marca registrada), decidí que yo también iba a lucir cuadros en tamaño antro. Ocasión inmejorable que sin embargo no tardó en irse a pique.

Estaba yo pues con mi amigo dando vueltas cual muerto viviente de _George A. Romero_… cuando por ciencia infusa decidimos que era el momento idóneo para subir los peldaños para tomar el fresco, y de paso no incumpliese él la famosa normativa municipal y nacional _tabaco-prohibitiva_. En realidad hubieron un par de razones más que llevaron a tal decisión, pero no vienen al caso, y jamás vendrán. Todo se resume a un _“Voy a fumar - Te acompaño”_

Esquivamos con valentía y tesón una marabunta humana de siluetas sudorosas que se anteponían moviéndose al compás en un festival de caos y ruido, partando suavemente al que se podía, y rodeando a los demás.

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Dejémonos de palabrería. Ustedes, lectores, como bien sabrán en su mayoría (Si mis sondeos de edad son correctos a la hora de enfocar mis publicaciones) que cuando uno se gasta los dineros en rellenar un pub, discoteca, sala, guateque, llámelo X… Desde hace algún tiempo, al menos hasta donde mi uso de la Razón llega (“Mayusculeémos” la palabra a buena honra) es menester el poder desalojar de forma momentánea el local; ya sea para echar el cigarrito de los que se morirán antes de tiempo (Un saludo a todos los fumadores de buen royo), o para ligar con la chiquita o el chiquito sin pegar gritos y leer los labios… Para pillar cobertura en el teléfono de setecientos euros y llamar a Madre y que pueda dormirse sin infartos, ó, vaya usted a _“sabé po quéh”_. Normalmente te ponen un sellito en la mano, que me parece una guarrada, y que por mucho que frotes, no se va hasta pasado mañana.

El caso es que salgo con mis amiguetes, me abrocho la cremallera de la chaquetilla, y resoplo como usted mismo haría un primero de diciembre. Cabe decir que perfectamente identificado visualmente por el puerta, que ve como me dirijo dos o tres metros en frente de él, a apoyarme en una barandilla sucia y deformada por el paso de las espaldas, que lo raro es que no haya cedido de una vez por todas. Pasan uno, dos, tres minutos, no más. El tiempo justo para que mi último amigo apure la colilla y decidamos que ya hemos jugado lo suficiente a los esquimales.

Cual es mi sorpresa cuando, de cinco o seis tipos, el único que se queda fuera intentando entrar es un servidor:

_-¿Sello?_ - dice nada amablemente el profesional de la puerta.
_-¿Qué sello? Nadie me ha puesto sello_ - Respondo.
_-Para entrar hace falta un sello._
_-Lo sé, pero ningún compañero tuyo me ha puesto ningún sello._
_-Sin sello no puedes entrar._
_-Oye tío, me acabas de ver salir con estas personas. He salido con ellos. No sé si tenían ellos sello o no, pero a mí ningún compañero tuyo me lo ha puesto. Por favor, ¿me dejas pasar?_
_-¿Mira, ves esto? Esta persona tiene sello_ - Dice señalando a una moza de buen ver - _Por lo que entra. Tú no entras._

Empiezo a agobiarme sopesando la posibilidad, en un principio remota, de que me haya gastado diez “lereles” (¿existe palabra mejor para referirse a la pasta?) para una estúpida media hora de deambulo nocturno por una cueva con remixes cutres de canciones conocidas de fondo. Todo por un error burocrático del colega.

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_-Vamos a ver… Me has tenido que ver salir. Nadie me ha puesto un sello. Sé de sobra como funciona esto. Nadie me ha puesto el sello, ¿qué quieres que haga yo?_ .- Empiezo a decir desesperado, repitiéndome.
_-Mira, no es mi problema_ - Me empuja con suavidad -_ Por favor, apártate de la cola._
_-Espera, acabo de salir dos minutos, llevo media hora o más ahí dentro, he pagado._
_-¿Ah, sí?_
_-Sí. De hecho tengo que tener el extracto de la tarjeta de crédito._ - Empiezo a encender el móvil.
_-Sí, sí, lo que tú digas._
_-Tiene que estar por aquí…_
Craso error. Es el primer día que pago en efectivo la entrada de este puñetero sitio. El primer maldito día. Empiezo a acordarme de ello mientras pierdo credibilidad ante el irritante pero, vamos a intentar ser ¿justos?, profesional portero. Varios amigos más que estaban dentro conmigo suben a ver qué pasa. Los momentos incómodos empiezan a gestarse, y no van a tardar en darse a ver.

Guardo el móvil mientras escucho a uno de mis acompañantes intentar entrar en razón con el puerta. Está claro que este señor ya ha escogido su postura, y decide defenderla a capa y espada. ¿Por qué esa hostilidad siempre, cuando uno sabe que igual no tiene la razón y se está pasando de listo?

_-Mira, ¿ves esta chica?_ - Señala a una joven mientras sale por la puerta - _Pues le pongo un sello y así puede volver a entrar._ - El tono de recochineo es evidente, frustrante, y sobretodo, humillante. Miro el reloj y la impaciencia se apodera de mí. Se me ocurren mil respuestas al cariz y a la forma en la que me habla. Ninguna de ellas es pacífica, con lo que únicamente alcanzo a gesticular con cierta ironía y sacudir la cabeza a otro lado con manifiesta resignación.

No es la primera vez que “leo” a un tipo como este. Las botas, los pantalones de chándal, el anorak de cremallera impermeable oscuro (probablemente _Quechua_, trademark), una braga negra con un cordón para apretarla a la barbilla. Un gorro de invierno también negro, cómo no. A medio poner. Parece un vegetal en un huerto a punto de ser recolectado. Pero de color azabache. Tiene que ser cojonudo trabajar toda la noche aguantando a tipos como yo. Más cojonudo tiene que ser _“ser yo”_ y aguantar a tipos como él sin que hayan comprendido que en el sector servicios, el cliente normalmente tiene la razón (y aunque no sea así)

No pasan ni dos minutos más sin que me plantee mi único recurso: la hoja de reclamación. Soy un estúpido estudiante casi a punto de terminar, sí, pero soy un consumidor. Y el local está ofreciendo un servicio pésimo por el cual he pagado. Que rule el papel.

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_-¿Hoja de reclamación? ¡Já!_
_-Mira, es muy sencillo. Te lo digo de buen royo, desde el respeto. Entiendo que hagas tu trabajo y no me dejes pasar porque no tengo sello, pero alguien ahí dentro no me lo ha puesto y habiendo pagado, el que está pagando las consecuencias soy yo. ¿Puedes darme la hoja por favor?_
El portero saca el sello de su bolsillo. ¡Vaya! Qué sorpresa…
_-El que pone los sellos soy yo, y si no lo tienes es porque no te lo he puesto._ - Concluye.

Visto lo visto, ya no cuento con entrar. Me despido de mis amigos, que llevan minutos intentando hacer que coopere este señor, dándole motivos bastante coherentes. El que no ayuda es un tipo con chándal de _Fruit of the Loom_ (otra trademark) que va tan pasado que incluso en ese momento me viene a la mente sujetarle para que no caiga de boca. No. Él tampoco les convencía de que le dejasen pasar.

_-Haz el favor de darme la hoja de reclamación_ - Repito.

Parece que mi insistencia y la de un par de amigos hace mella. El “copiloto” del portero sigue reacio, pero el protagonista del entuerto, harto de que le diesen por culo, dicho mal y pronto, saca un _“walkie-talkie”_ super moderno y masculla cuatro cosas cual _Chuck Norris_ en _“Delta Force”_.

Treinta segundos después se presenta el que entiendo que es el jefe, el responsable, el encargado, o a saber qué. Este tiene que ser más pro. Lleva traje barato, pero traje; pinganillo como Mathew Fox en la peli cutre esa en la que también salía Eduardo Noriega en Salamanca, calvicie incipiente, pero poco pronunciada (Comenta si es la trigesimo novena vez como mínimo que lees una descripción de calvicie como esta a lo largo de tu vida), y soberbia con alma propia. Viene con un cuaderno con hojitas de celulosa “ultra-slim”. Horrendas. “Habemus reclamations”

-Espera. Mmmmh, espera. A ver, dime, ¿el nombre va aquí arriba o aquí abajo?
-Ahí donde lo has puesto - Me responde.
-Entonces, ¿Por qué pone aquí email? Y la calle… ¿va aquí? No entiendo nada.
-Lo estás haciendo bien, rellena y ya está.

A estas alturas, lo que menos voy a hacer es seguir las indicaciones de un señor que está por la misma o peor labor que el gorila de turno (Lo siento, se me ha escapado, pero te lo has ganado, King Kong)

-Quiero una copia en blanco para rellenar en casa - Le respondo. Soy quejica. Si hubiese visto el nombre de este blog, sabría que lo mío es vicio.
-¿Qué? No. Rellena la hoja y te doy una copia. No te puedes llevar nada.
-Perdona, pero está dentro de lo legal. Tienes que darme la hoja en blanco si quiero rellenar en casa.
-Que no, que no te voy a dar una en blanco.

Justo cuando voy a preguntar a uno de mis amigos y acompañantes, un colegiado con una labia de “cuidao”, y encima cordobés, que lleva un poquito discutiendo con el portero, escucho a este último decirle:

-Ten cuidado, que darte un guantazo en la cara como mucho me cuesta trescientos euros. Que no va ni por lo penal…

Pedazo de perla. Este al menos sopesó para que no le tocase ser el malo de la película aquella del mártir Álvaro Usía. Otros comentarios que soltaba como cuchillos eran:
“No, no te vamos a enseñar las grabaciones en vídeo de tu amigo saliendo aunque las haya”, “Más le vale a tu amigo que se calle por su bien”
Aunque estas eran menos sensacionalistas. ¿Verdad? ¿VERDAD?

Calmo a mis tres amigos que se quedan conmigo en la puerta, y decidimos llamar a la policía, al nueve uno uno en rigor. Una amable señorita de angelical voz nos calma en el mismo momento en el que nos promete una pareja de policías, que no tarda en aparecer. Todo esto bajo la rabia del encargado, jefe, o vaya “usté a sabé quéh”, que para lo que es su puesto está algo hostil y preparado para ver quien chilla más alto; y las humillaciones de, no uno, ni dos, sino tres porteros, que se materializaron de debajo de las baldosas de la acera, los cuales nos animaban entre risas a llamar a la policía, muy seguros de ellos mismos al juntarse como una manada de leones. Una manada de leones con braga en el cuello y gorro de invierno a medio poner.

##El Independance tiene tres o cuatro estrellas. Aparece la pasma.

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Silenciosamente, con las luces pero sin el sonido de las sirenas. Así es como hace aparición otro de los protagonistas de este lamentable episodio: la furgo de la poli.

Pasan de largo y no tenemos claro si son los del aviso o una de muchas patrullas llevando a cabo su rutina habitual por el barrio. Por algo será.

En ese instante, vemos al encargado de la discoteca, muy alventado él, subiendo calle arriba para toparse con los cuerpos de la ley, cuaderno de reclamaciones made in Independance en mano. Por supuesto no vamos a permitir que tergiverse los hechos, así que, como mínimo, lo justo es que estemos delante mientras llora a papá y a mamá, just in case.

Como decir que estoy seguro de que este señor debió de dejar una propina en mano antes de acercarnos queda mal, y me deja en mal lugar… Os lo cuento tal cual y así juzgan ustedes, lectores.

-Vamos a ver, este señor nos ha contado la historia, y aquí tenéis la hoja de reclamaciones, rellenadla que tenemos cosas que hacer - Dice el señor policía, muy educado él.
-Verá agente, esta hoja de reclamación es confusa. Queremos una copia en blanco para rellenar en casa y presentarla pasado mañana en horario laboral a consumo.
-Para nada. Ustedes tienen aquí la hoja de reclamación delante. Deben rellenarla. No está permitido que se lleven ninguna copia ni nada. - Dice, completamente convencido. El estudioso de la ley.

En ese momento se abre la puerta del furgón, con cuatro o cinco señores más dispuestos a persuadirnos de no recurrir a posibles respuestas. Aún así, mi compi el colegiado, con una determinación y confianza en sí mismo, propia de una persona que SABE DE LO QUE HABLA, comenta, con todo el respeto y las buenas formas del mundo (De las que lleva haciendo gala toda la triste historieta, he de remarcar) que, con el permiso de su señoría, el señor policía, estaba en su deber de corregirle.

Wiggum

Éste no va a tolerar dicha ofensa. Al fin y al cabo la oposición se la sacó él. “¡No me dejes en evidencia mamón! ¡Malnacido!” Dice que no, que la hoja debe ser rellenada in situ, por ley… Para que el local ó establecimiento, ponga las objecciones pertinentes (¿?) en el apartado de comentarios. De paso deja un souvenir en forma de frase para que el encargado, jefe, o ¿qué narices? Pringado de turno de INDEPENDANCE, se vaya riéndose de nosotros; llamándonos mequetrefes, y chocando la mano con el gorila de la puerta, causante de todo el embrollo:

-Mira chico, vas con cuatro copas de más, y estáis de fiesta, así que mejor cállate.

##Las fuerzas de seguridad y el orden se van. Ocaso.
Resignados, frustrados… Sintiéndonos tan estúpidos que un programa de Telecinco a nuestro lado parece obra de Basilio Besarión… Tomamos el camino cuesta arriba que lleva de la puerta de este antro a la plaza de Jacinto Benavente, en dirección a la puerta del Vodafone Sol

Cabizbajos, polémicos, tristes… Deseosos de justicia. En especial yo, que era el primer implicado y protagonista y antagonista de esta mini-novela.

Aunque me hubiesen dejado pasar… ¿Qué ganas tendría de consumir en tan putrefacto negocio? Me encontraba hilando los hilos de una alfombra ya tejida, avergonzado por una situación que en ningún momento debería haber llegado a ningún puerto.

¿Mi única esperanza? ¡Bah! Anhelo. Contar mi historia, breve y extensa por igual, para que, usted, lector, se sienta identificado y no se sienta solo o sola. Los gorilas, gorilas son. Puede que te insulten, te peguen, te amenacen, te humillen, y se rían de ti. Sus tatuajes de su más que probable época presidiaria son su licencia.

Por mi parte, no dudaré en seguir adelante con el tema, y presentar mi queja ante la oficina del consumidor. Por mí, por ti, y por toda esa gente que, aún siendo los que les dan de comer, es denigrada con total consentimiento, y juzgada gratuitamente.

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