Pesadilla - 1ª parte
La playa es minúscula. Estoy sentado en una parcela rectangular de pocos metros cuadrados, rodeada de rocas. La noche está decorada por millones de estrellas que brillan endemoniadas. El agua del mar está completamente quieta, no hay marea.
Me entra un terrible desasosiego cuando trato de recordar dónde estoy. Observo el horizonte y me doy cuenta que el mar muere cayendo en cascada. Detrás de mi, una pared de ladrillo roja marca el límite de la cala. Palpo las rocas que tengo a cada lado. Hace un momento se encontraban a varios metros, ¿se han movido?
Me incorporo, y decido escalar las piedras. “Quizá si consigo encaramarme sabré donde estoy”.
Siento vértigo y unas náuseas terribles cuando logro agarrarme en el último momento a la roca donde he subido, evitando así caer. Me repongo y echo a temblar. Una vasta nebuolsidad se extiende hasta el infinito. Entonces floto y me alejo de la parcelita. Ahora la veo desde lejos. Es minúscula.
Alrededor solo está el negro y los centenares, miles, millones de puntitos plateados parpadeando. Me imagino la Creación. Me imagino un dios que va a empezar a construir con arcilla. De repente caigo. Despacio de primeras, y a medida que recorro ese universo, apuro hasta sobrepasar la luz. No soy capaz de medir la trayectoria que llevo a cabo, pero cada milésima de segundo se cuenta por centenares de años luz.
Cierro los ojos y los vuelvo a abrir. Todo está inmóvil. Las estrellas vuelven a oscilar a mi alrededor. A veces parece que están justo al lado y las puedo agarrar; otras me engañan y me esquivan, se alejan…
Giro sobre mi eje levitando, y vuelvo a ver la playa. ¿Será posible que haya recorrido el Todo en línea recta y haya vuelto al origen? Vuelvo a notar ese vértigo mortal. La agorafobia cobra sentido en mi mente. Me siento desnudo, vulnerable, solo. Las estrellas no me quitan la vista de encima.
Tratando de aferrarme a la cordura, me dirijo a la playa. Aterrizo en la arena. Mis pies no se hunden ni forman huella. Todo parece tan artificial…
La pared de ladrillo se ha desplazado pausadamente, y donde antes ultimaba la playa, ahora hay una casa.
Es una casita de madera de roble con porche. Un pequeño columpio metálico de color verde chirría y se mueve solo en la entrada. Una de las cadenas que lo soportan ha cedido, y ha dejado inútil la silla, pero aún así continúa su vibrante bailoteo una vez, y otra… Es el único ruido que se manifiesta, pues intento gritar y no tengo boca. Me llevo las manos a las orejas, pero es inútil, sigue chirriando.
En la segunda planta, la luz en una de las ventanas revela una silueta meciéndose lentamente. No logro distinguir qué o quién es, pero la urgente necesidad de no estar solo me empuja a entrar en la casa corriendo, así como la intranquilidad que me produce el tremendo espacio abierto que se extiende hasta, o mejor dicho, durante la eternidad.
No me molesto en llamar a la puerta, y agarro directamente el pomo. La llave está echada. Me inunda el pánico, como si algo me estuviese persiguiendo. Algo justo detrás de mí. ¿Las estrellas? ¿La misma oscuridad?
Sin darme la vuelta para hacer frente, rompo la puerta de una patada y echo a correr hacia el interior con los ojos cerrados.
¿Qué ha sucedido? De repente todo es luz…