Rezo

Saludo a la vecina que saca a pasear al perro, y me deseo suerte para meter a la primera la llave en la cerradura. Tratando de no hacer ruido, llevo a cabo una estudiada maniobra profesional de manual, que me permite tener la chaqueta, los zapatos y media camiseta fuera en el preciso instante que cruzo el umbral de mi dormitorio.

Me siento en el trono de mi sede gubernamental, de un tono renegrido y un grato acolchado. No puedo evitar suspirar con cierta melancolía sin sentido, mientras releo las primeras palabras del párrafo anterior. ¡Que nubes más grises! Sigue escribiendo, me digo.

Jueves, X día de X mes. X año. Suprimen sin avisar tantas paradas de tren; mata a su pareja de diez puñaladas y la criatura de nueve años encuentra el cuerpo; dos muertos en Egipto en otro día de revuelta; herido grave al chocar contra un camión; cuatro detenidos en una protesta por las pensiones; muere en Cuba el alcalde de Casarrubuelos; jóvenes en paro se ocupan del voluntariado; encuentra a una pareja de ancianos muertos en Vitoria; mineros muertos en Colombia; destituciones en Rusia; la mitad de los futbolistas terminan su carrera arruinados; Contador un año suspendido; la temida subida de facturas ya está aquí; la bici de mi vecino estorba en el rellano; Jennifer López y su crisis matrimonial; LEO, “Las relaciones afectivas pasan por un momento tenso hoy al no haber entendimiento en lo doméstico. No discutas”; máxima 7ºC, mínima -5ºC

Y cierro el periódico de hoy rezando para bajar al Infierno.

Porque cada veinticuatro horas al alba tomo conciencia de que la crisis que tanto se comenta no solo se exhibe en forma de dinero personificado en Wally, el tipo de las rayas rojas y blancas que gusta de esfumarse… sino en aflicción errante que busca a uno y busca a otro, día tras día, lance tras lance.

Cuando te presentas desfondado a casa tras un viajecito en bus mientras comparece el sol como es menester, escribes “A las seis…”. Cuando lo haces muchas veces, el reloj ya ni marca las seis.

En ciertas circunstancias te planteas si estás madurando y tienes que sentar la cabeza (¡Preciosa frase hecha, maldición!), o si, sin saber como, se ha materializado en tu frente a fuego y sangre el tótem del cangrejo, el cual se suele dar por sentado que camina hacia atrás. Apropiada descripción del sinvergüenza que siente que tira la salubridad y robustez por la borda en pos de efímera sensiblería del sábado noche. Imagino que un poco de cada.

Rezo para descender de cabeza y en picado el Infierno. La contradictoria decencia del culpable, captor, ladrón, asesino, diablillo. Aceptas tu crimen mientras sospechas que un niño está muriendo a cientos de kilómetros de la ventana que ineludiblemente te desvela por la hora.

Que asco. Me dejo el quíntuple de pagas de un muchacho pre-púber en complicar una existencia que cada día veo más lejos de mi control.

[caption id=“attachment_496” align=“alignright” width=“216” caption=“¿Una más?“][/caption]

Fundo un credo en el que consuetudinario pasar de las semanas es como un videojuego de avioncitos de máquina recreativa: cada vez hay más disparos de los malos en la pantalla, y si te tocan la has cagado. Así de claro tengo que no paso de los treinta.

La musa me rehuye, y a una prudencial distancia desaprueba con un gesto mis desprovistas dotes. Opina que ambos nos merecemos unas vacaciones. Ella es la capataz y manda. Y con sus gráciles alas transparentes y silueta de cuento infantil emprende el vuelo así como cuando de pequeñitos nos explican que las golondrinas migran por temporadas. Desde luego hay momentos en los que por mucho que quieras no tienes más que rebuscar e imaginar, la rabia brota sola y el sollozo y la aspereza son protagonistas de tu canción. ¿Puedo migrar con vosotras, golondrinas?

Te preguntas si un Goya cavilaba como tú cuando coloreaba sus más negros lienzos. Si un John Keats tosía sangre y renunciaba a una Fanny y el Endimión se marchitaba para hacer eco en la historia. Sí el grafitero de mi esquina trataba sin éxito de sacudir la escarcha de sus cejas antes de no despertar más al día siguiente en el suelo de un portal. Hay rachas que suponen el fin de las hablas lindas.

Afortunado seas lector o lectora, si aseveras que no tiras tu vida por la borda cada noche más larga de la cuenta, cada vuelta a las andadas, cada discusión que te despoja de minutos de aliento, cada decisión equivocada, cada ruedo, cada insulsa desidia rutinaria o cada sentimiento apático de doble filo.

Con la gracilidad del pirata que iza la vela, y con una usanza pomposa, majestuosa, sello la ventana de mi alcoba, dejando caer la estrepitosa persiana. Pretendo entrar en el letargo vampírico de la criatura nocturna, por lo que solo amparo un condescendiente juicio a estas alturas: “*Mañana será otro día*”.

Pero cuando me percato de que me estoy acostando ya en ese “mañana”, una repentina tiritera me obliga a arrimar mis manos y consagrarme a rezar para bajar al Infierno.