¡Cómo deseo que levante su mirada!
¡Cómo deseo que levante su mirada!
Pero es en vano, pues su timidez impera. Quizá una fuerza mayor le empuje a ser fría y dura. Quizá soy yo, quizá ella, o el tiempo que nos rodea. Los kilómetros se hacen cortos. Quiero que el tren no avance. Que este viaje no termine jamás.
Voy a echar de menos la hierba, el viento, el frío, el cielo encapotado y gris, la lluvia, el verde por todas partes. El poder inspirar y sentirme lleno. Y sobretodo, echaré de menos su imagen y la idea que en mi cerebro dejará cuando deje esta tierra que de repente me encuentro amando.
Ella mira el horizonte a través de los cristales del vagón. Las vías del ferrocarril son infinitas por instantes… Las montañas parecen veloces corredores en una inmensa carrera hacia ninguna parte. Me da pavor sostenerle la mirada. El reflejo en ese transparente cristal es mi aliado inerte e involuntario. ¡Cómo deseo que levante su mirada!
Y la miro y me late el corazón a todo ritmo, la sangre me hierve. Se me hace un nudo en el estómago. Pestañeo como las alas de un colibrí, y lanzo mi mirada al suelo, porque me siento incapaz de luchar contra su aura. Se que jamás la volveré a ver. Se que no la recordaré. Que no existirá para mí. Ella es un espejismo en medio del desierto que es este viaje. Solo puedo disfrutar del momento, para acto seguido gritar al cielo y odiar mi frustración…
¿Es eso su temblar? ¡Tiembla! ¿Cómo? Quiero compartirle mi sentimiento, pero ¿cómo? ¿Cómo si no compartiendo el papel y la tinta que uso para desbocar mis fugaces emociones?
Ella tiembla y yo tiemblo. Y sigo temblando mientras arranco una hoja y sin dejar de mirarla, comienzo a escribir.
¡Cómo deseo que levante su mirada!