Cachorras

A las cinco de la tarde las chicas beben a su bola. La pajita se convierte así en la autopista directa de un refresco frío y deseable. Con el sol pegando tan fuerte, se agradece el detalle. Oigo las cosas que dicen, pero no comprendo absolutamente nada de su extraña lengua.

¡Parecen tan jóvenes!… Ni ellas lo son tanto, ni yo tan viejo. Me pregunto qué hacía yo en aquella época ya lejana. ¿Bebía un refresco con pajita en un parque a las cinco de la tarde? “Puede ser…”

¿Cuánto hace que no salgo a las cinco de la tarde?

“El mismo tiempo que te separa de ellas, amigo”

A mí me da la sombra, y a ellas el sol. Esa luz amarilla dorada resalta sus ojos norteños. Son bonitas y risueñas, todo un ejemplo de juventud. Por alguna extraño motivo, no puedo evitar que la idea se me pase por la cabeza:

“No tengáis prisa por vivir lo que nos separa, pequeñas”

Las dos crías se levantan y pasean hasta el final del parque. Yo continuo sentado, dejando pasar los minutos, para, finalmente, continuar por el lado contrario.