Principio de caída libre básico

Sucedió una vez más, que inmerso en el libro de Física para Universitarios, la concentración de Mr. D volvió a fallar.

Levantó levemente la cabeza, lo justo para entretenerse de nuevo viendo como un perro-flautas estudiante de necedades variadas se sentaba a pocos metros de él, con un libro de ¿Derecho Mercantil? ¿Comunicación Audiovisual?

En cualquier caso, el tipo tenía unas pintas no poco destartaladas: Jirón de tela mal cosido, con un feo motivo de cuadros rojos y negros, unos pantalones que gritaban “¡Somos el símbolo de la desfachatez!” a cada individuo que reparaba en ellos; unas botas viejas, carcomidas por la arena, el asfalto y Dios sabe qué más; y unos calcetines, que bien podrían haber pasado por cachos del trapo que utilizo para engrasar los pistones de su motocicleta.

Su cara revelaba los últimos resquicios de neuronas que falta le harían para aprender lo que llevaba bajo el brazo, junto con las cicatrices de mil batallas terminadas en tregua, contra su mejor amigo-enemigo: el porro común.


Los lóbulos de sus orejas insultaban a la estética de las tribus urbanas universitarias más conservadoras. Los clips (esos útiles que Mr. D más tarde caería en la cuenta que están en todas partes) adornaban de forma algo macabra el poco cartílago que le quedaba al muchacho libre.
Su nariz me recordaba a aquellos indígenas sudamericanos del Amazonas, con los pequeños huesos atravesando el tabique nasal.
Y no puedo olvidar sus ojos. Ciertamente, a la hora de encontrar pareja, aquel especímen no lo tendría fácil, con un párpado claramente más cerrado que el otro.

Cinco minutos después, Mr. D volvió a repasar cada detalle, cuando el perro-flautas se levantó para dirigirse a las escaleras de caracol rojas que conducían a la parte de abajo de la biblioteca.
Una vez le perdió de vista, luchó a muerte para enfrentarse al hecho de que si el tema de oscilaciones y ondas no le aniquilaba, probablemente esas desconocidas ecuaciones diferenciales sí lo hiciesen.

Cuando por fin se centró en lo suyo, un estruendo recorrió la sala… Sala que, muy al pesar de nuestro desconocido protagonista, y todos sus compañeros de estudio, era horriblemente decadente. Todo un salón recreativo de cultura no entendida y mal colocada por estantes, lleno de pegatinas inconformistas y carteles revolucionarios.

Mr. D alzó la frente una vez más. Su mirada se topó con la de una obesa joven rubia, que no dudó en mirar a otro lado para evitar ruborizarse por sus actos:
Había tirado sin querer su libro de texto al piso de abajo.

Segundos más tarde, cuando la gente volvió a sus quehaceres, tras esta pequeña distracción, surgió el debate entre Mr. D y Mr. K:

-¡Te cae un libro de esos en la cabeza y te mata! - dijo el primero.
-¡Qué va! Como mucho te hace daño - contestó imitando el dolor de un golpe.

En ese momento, en el cual la física recorría el cerebro de Mr. D a toda velocidad, se le ocurrió soltar:

-¿Calculamos cuántos newton de fuerza hay en el momento del impacto? - preguntó.
-Eso, hazlo - dijo en ese momento Mr. CH. - Porque no es con efe igual a eme por a…

La acalorada discusión duró el tiempo que tardó la bibliotecaria en avisar del cierre de la biblioteca. Una vez que los muchachos recogieron, se dirigieron con ganas a la planta baja, donde pudieron ver que la gente había formado un corro alrededor de algo.

Mr. D logró acerse hueco entre el cúmulo de personas, justo al mismo tiempo que Mr. K. Cuando vieron lo que la pequeña congregación de gente guardaba, no puedieron evitar mirarse el uno al otro.

El perro-flautas yacía muerto, con los ojos desorbitados, un porro mal liado y lleno de saliva a pocos milímetros de su boca, y un libro abierto de par en par justo al lado de su cabeza.

Fue entonces cuando Mr. D se dio cuenta de que el libro estaba abierto por la página ciento veintitrés:
“Caída Libre - Movimiento Rectilíneo Uniformemente Acelerado”