La Foto
Cada vez que me quedo mirando ese pequeño recuerdo, despiertan en mí un montón de sensaciones.
Su cabello, más negro que el azabache, se tinta de un ligero tono rojizo, en el momento del día en el que los rayos de luz pegan más fuerte. Cuando se me enmaraña en los dedos, jamás dudo en seguirlo hacia abajo. Lo aliso suavemente hasta liberarme de cada punta, y en cada instante disfruto el buen aroma que desprende.
La espalda marca el fin del trayecto y el comienzo de uno mucho más sensual. Uno en el que nadie podrá decir que fallo a la hora de poner la piel de gallina. Procurando usar la yema de los dedos, visito cada parte, cada nudo, cada centímetro de la piel al desnudo. Es difícil no admirar una sola de las muchas curvas que me hacen tener la boca abierta. A veces un sobresalto te hace reaccionar. Te preguntas a ti mismo qué es lo que estará pensando en ese momento.
Procuras ser lo más delicado posible, procuras regalar el cielo en cada caricia; sobretodo, tratas de calar en sus sentimientos.
Es ese el momento en el que se da la vuelta, te observa y te mira a los ojos. ¿Cuántas veces te has preguntado que intenta decirte con la mirada? Y vaya mirada. En una décima de segundo estás explorando un universo inmenso. Sus cejas, poco pobladas, y arqueadas ligeramente hacia abajo, son el anuncio de lo que viene a continuación. Sus ojos, oscuros a simple y llana vista, pero si les incide la luz, contemplarás el espectáculo del color miel fundiéndose con una especie de mezcla de tonos verdes y grises, y en ese momento te sentirás afortunado. Muchas veces reparas en que cada segundo mirando a esos ojos, equivale a una o dos vidas. Te sientes minúsculo, indefenso, vulnerable. Como si te estuviesen leyendo cada arruga del rostro. A veces puedes ver alegría, otras deseo, e incluso la más amarga de las tristezas. En muchas otras ocasiones, cada rasgo de su mirada te dice una experiencia por la que ha pasado. Te revela seriedad, responsabilidad, dolor, presión, aunque también salta a la visa el roce del amor, de la alegría, la juventud, y la despreocupación.
Su delgada y aguda nariz es el puente que une dos objetos de deseo, como son su mirada y sus labios. Cuando me fijo en ellos, no puedo pensar en otra cosa que acercarme y robarle un solo beso. Normalmente el color del pintalabios esconde algo más natural que ese rojo chillón. Es precisamente ese tesoro enterrado lo que en muchas ocasiones me ha hecho feliz. Tres besos infinitos son los que me hacen falta para visitar su cuello, y otros tres pequeños mordiscos más en él, son los que me hacen sentirme vivo, y olvidar toda esa mierda que quizás nos haya hecho gritar.
Podría pasarme horas y horas así, pero no es más que una foto, y para nostalgia mía, e impaciencia, impotencia, rabia, frustración, desesperación y nerviosismo, falta tiempo para poder vivir cada una de esas palabras.
Ojalá lo haga.