Círculos

-¿Puedes definir el Destino? -preguntó ella, acercándose lentamente.

Él dudó unos instantes. Sentía como si lo hubiese estado meditando toda una vida. ¿Había hallado la respuesta? Se secó el sudor. Tenía la frente empapada.

Tan extraño… Tan familiar” Creía saber lo que iba a hacer. ¿Por qué?

Comprendió cual debía ser su respuesta. Las palabras se combinaron una y otra vez en su mente, creando la más lúcida de sus ideas.

-Eternidad. Círculos. Tú y yo. Todo esto. Eternidad.

La amaba. A pesar de todo sabía que no podría dejar de amarla.

Quizá ellos definían la eternidad. ¿Estaba dispuesto a averiguarlo?

Levantó el calibre treinta y dos, sosteniéndolo y apreciando todos y cada uno de sus detalles con interés. Su mano temblaba nerviosamente. Era un arma bonita, aunque muchas manos parecían haberlo empuñado. ¿Lo habrían usado como él empezaba a vaticinar hacer?

Apuntó a la cabeza de ella. Quitó el seguro con un gesto preciso. Disparó, y el tiempo se paró.

Ella cayó acompañada de un fuerte ruido seco. Una mirada de terror quedó dibujada en su pálido rostro.

Sus facciones se estiraban, sus labios se cerraban. Quedó inerte con los ojos completamente desorbitados. Sus ojos chillaban sin vida mientras se podía llegar a sentir como su alma tomaba un tren de largo recorrido, quién sabe con que destino.

Un charco de sangre comenzó a extenderse rápidamente por la alfombra, hasta tocar los pies de él.

Se acercó a la ventana. Miró los rascacielos, el tráfico, el cielo negro encapotado y la luna. Cerró los ojos y sostuvo el arma contra su sien, no sin antes estremecerse y murmurar unas ininteligibles palabras.

Desde el tranquilo pasillo de la última planta del coloso, retumbó un fuerte trueno y un escalofriante sonido protagonizó

Eternola caída de un segundo cuerpo.

Miles de voces sonaron en su mente. Sus voces. Ella le preguntaba, y él respondía. Imágenes se agalopaban como el torrente sanquíneo. Vio decenas, cientas, miles y millones de ellas.

Se vio a si mismo vestido de túnica bordada de la más fina tela; con un sombrero de copa negro y un bastón; adornando su pecho con una armadura; con unos harapos cubriendo la mitad de su cuerpo; con extraños ropajes inimaginables; portando un tirachinas, un sable, un fusil, un desatomizador… Recuerdos de épocas lejanas o por llegar, de pronto estaban ahí.

Y ella siempre en el mismo lugar. Con su pelo moreno; sus ojos, hogar de su irresistible y plácida mirada; su nariz afilada y perfecta… yu su falta de angustia.

La veía morir de mil millones de maneras. Él era su infinito verdugo. Y esa palabra siempre resonando en su mente: “Eternidad, eternidad…”.

Tuvo tiempo para analizar cada una de las escenas. A día de hoy tiene tiempo. A día de hoy sigue evocando cada uno de esos instantes. Si alguna vez hubo, hay o habrá final, él lo recordó, recuerda y recordará con un beso.

Ella se acerca, le abraza, apoya su cabeza en su pecho, y él suavemente roza sus pequeños y blandos labios.

Todo es oscuridad. El infinito es un incontable instante. El instante es un incontable infinito.

Un haz de luz viaja por la inmensa grandiosidad y oscuridad del vasto espacio. Otro espectro de luz se cruza. No son capaces de definir el espacio ni el tiempo. ¿Existen? ¿Están ahí? Pero un susurro se escapa. Una imagen, una emoción… Todo y nada para nuestros mortales sentidos:

-¿Puedes definir el Destino?